
La Aljafería de Zaragoza —residencia de los Reyes de la Taifa de Zaragoza desde finales del siglo XI y convertida luego en palacio cristiano y fortaleza— presenta en su conjunto una belleza singular. No necesita compararse con la Alhambra, El Real Alcázar de Sevilla, o la Mezquita de Córdoba: esas comparaciones, leídas en varios foros, la encasillan y, en mi opinión, le juega un flaco favor. Llegas con una previsión y perspectivas demasiadas ambiciosas para un conjunto de algún peldaño por debajo en “asombro” (opinión de quien les escribe).
La Aljafería tiene una identidad autónoma, poderosa, que habla de Aragón con voz propia.
Construida entre 1065 y 1081 por Abú Yaʿfar Ahmad al‑Muqtadir como palacio taifa, su arquitectura mudéjar fue clave para el arte aragonés que culminó en su declaración como Patrimonio Mundial por la UNESCO en 1986 por su ejemplaridad dentro del arte mudéjar aragonés .
Tras la reconquista en 1118 por Alfonso I, se convirtió en residencia real. Pedro IV el Ceremonioso amplió y enriqueció su estructura mudéjar con techumbres exquisitas en el siglo XIV. A finales del siglo XV, entre 1488 y 1495, los Reyes Católicos sumaron un palacio renacentista sobre el ala norte original, pero integrando elementos mudéjares hasta en los techos de sus estancias .
El Salón del Trono, de planta rectangular, está coronado por un artesonado mudéjar impresionante: treinta casetones cuadrados con octógonos centrales decorados con florones y piñas colgantes simbolizando fertilidad e inmortalidad, dorados y policromados, sostenidos por vigas maestras y traviesas con lacerías geométricas .
Desde la galería transitable que rodea la sala se contemplan arcos conopiales de madera tallada que permiten ver las ceremonias reales desde arriba. Corriendo bajo el artesonado, un friso en escritura gótica alaba a Fernando e Isabel y evoca la construcción del salón en 1492, con el mítico “Tanto monta, monta tanto…”.
El Patio de Santa Isabel, núcleo del antiguo palacio taifa, conserva arquerías del ala oeste que enlazan salones y capillas mudéjares. Rodea un jardín con albercas que aún recuerdan la disposición original .
La Torre del Trovador, la parte más antigua del conjunto (siglos IX–XI), presenta arcos de herradura y decoración que atestiguan su origen defensivo, convirtiéndose siglos más tarde en prisión investigadora de grafitis e inscripciones realizadas por reos .
Con frecuencia se habla de la Aljafería como “la Alhambra del norte” o “una pequeña Mezquita”. Aunque son referencias mediáticas habituales, esas comparaciones no ayudan a entender su valor. Más bien la sitúan en una escala menor de admiración. En mi criterio, la Aljafería destaca con voz propia: su arquitectura mudéjar aragonesa, la fusión armónica entre estilos, su continuidad histórica como sede institucional, y su monumental techumbre y arquerías crean una experiencia distinta. Es arte vivo, no copia.
Quien visita la Aljafería lo hace para respirar siglos: el legado islámico, la monumentalidad renacentista y la función institucional moderna conviven sin disonancia. Los techos del Salón del Trono son una lección en geometría, simbología y artesanía dorada. Las arquerías y el patio contienen la “magia” mudéjar y el tránsito hacia la arquitectura cristiana.